Siguiendo con el tema de la educación, reproducimos un artículo escrito por Cristina Palou, Máster en matrimonio y familia, madre de 3 hijos y amiga de Guadalba.
Estamos de acuerdo en la idea de que los principales educadores de nuestros hijos somos los padres, el reto es saber “para qué educamos” y “cómo educarles”.
“La función de la educación es preparar para la vida completa” (Spencer), la cuestión es saber qué es una vida completa y no cometer el error de quedarnos en reduccionismos de esa vida (quedarnos en una vida materialmente satisfecha, profesionalmente brillante o socialmente exitosa). Tenemos que educar con el propósito de ayudar a nuestros hijos a ser personas completas, abordando el desarrollo de todas sus dimensiones: corporales, intelectuales, de la voluntad y de la afectividad. De ese modo contribuiremos a su desarrollo pleno y armónico, les ayudaremos a ser mejores personas y, en definitiva, a ser felices.
“Y será verdaderamente feliz cuando vosotros, padres:
- formáis su voluntad;
- educáis el tiempo libre;
- valoráis su interés por aprender, (sus logros)
- ponéis soluciones a sus “pequeños problemas”. Llegáis a tiempo;
- os preocupa y ocupa su formación de la fe y su educación para el amor”
(“Tu hija de 6 a 7 años. Mª Teresa Galiana y Amparo González”. Hacer Familia)
Estos aspectos definen lo que sería un proyecto educativo, que sería definir el cómo educamos; pero tener un proyecto educativo y saber lo que queremos para nuestros hijos no significa tener un único plan. Es importante que seamos conscientes de que cada uno de nuestros hijos necesita un “plan personal”, porque cada uno de ellos es distinto, como únicas y singulares son cada una de las personas que pueblan la tierra. Es en definitiva, “tratar desigual a aquellos que son desiguales”.
Nuestro primer objetivo tiene que ser conocer cómo es nuestro hijo, cual es su carácter, cuales son sus habilidades y sus “debilidades”, y cómo podemos potenciar lo mejor y contrarrestar aquello que vemos “menos positivo”. Tener un “perfil” de nuestra hijo nos ayudará a marcarnos las pautas en las que podemos ayudarles: frenar al impulsivo; animar al que es más apático; reforzar al que tiene menos autoestima; hacer pensar más en los demás al que es más egoista…
El segundo sería aceptarles y quererles como son. Es indudable que le queremos, porque somos sus padres, pero lo importante no es sólo quererles sino que ellos se sientan queridos, y a veces, sin intención, “etiquetamos”, “comparamos”, “machacamos” en aquello que menos nos gusta, y ellos lo perciben… tenemos que hacerles sentir que les queremos tal como son, ayudarles a que sean conscientes de sus virtudes y también a percibir en qué pueden mejorar, para que tengan una imagen real de sí mismos, porque lo importante no es que quieran ser buenos sino que logren serlo, y sólo conociéndose y teniendo la certeza de que les queremos de modo incondicional y que sólo buscamos lo mejor para ellos se dejarán guiar.
Plantearnos así la educación de nuestros hijos es ir por delante, saber lo que queremos de nuestros hijos, es tener claro no sólo para qué educamos sino cómo educamos.
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